Las ventajas evolutivas de nuestro vocabulario aromático

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Sobre ampliar nuestro voCAbulario de olores y las ventajas evolutivas que conlleva

Las percepciones sensoriales nos ayudan a entender el mundo pero, si predominan las ideas visuales sobre las auditivas y las olfativas, ¿no estaremos perdiendo una gran cantidad de información relevante, que simplemente no sabemos interpretar?

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Cuando tratamos de describir un olor echamos mano del vocabulario del gusto (algo huele «dulce», por ejemplo) o de una metáfora táctil, como cuando decimos que hay ciertos aromas que «irritan» la garganta. Fuera de las jergas especializadas, como las de los chefs o catadores de vino (que suelen usar también metáforas y figuras de dicción para construir una imagen verbal de una sensación olfativa), no cabe duda de que utilizamos mucho menos el olfato en comparación con otros sentidos para describir nuestro mundo, a pesar de que las sensaciones olfativas (por ejemplo, el olor del ser amado o un camión lleno de basura apestosa) nos golpeen con tanta contundencia y despierten en nosotros miles de emociones. 

Aunque la filosofía y fisiología, de los griegos a la Ilustración, ha hecho énfasis en la función relativamente secundaria del olfato con respecto a la vista o el oído, es posible que este lugar común (el que dice que nombrar olores es difícil) sea propio de culturas occidentales y del desarrollo de las lenguas en este hemisferio. Desde el punto de vista lingüístico existen relativamente pocas palabras dedicadas exclusivamente a la descripción de aromas y, en español, generalmente tienen relación con la fuente del olor (como humopasto o lluvia). Pero no en todas las culturas prevalecen las metáforas visuales sobre las olfativas.

Existen dos pueblos en el sudeste asiático que han desarrollado más que ningún otro un vocabulario autóctono para la nariz; se trata de pueblos de cazadores-recolectores, losjahai de Malasia y los maniq de Tailandia, cuyos vocabularios integran entre 12 y 15 palabras reservadas para estímulos olfativos. El descubrimiento de esta aparente peculiaridad lingüística llevó a los investigadores Asifa Majid, de la Radboud University de Holanda, y a sus colegas Niclas Burenhult y Ewelina Wnuk, a estudiar las implicaciones evolutivas del olfato.

Un ejemplo es la palabra ltpit, que corresponde al olor de un mamífero, el gato osuno negro, similar a una nutria aunque mucho más grande, y cuyo aroma recuerda al de las palomitas de maíz recién hechas. Sin embargo, el mismo adjetivo que da nombre al animal también describe el olor a jabón, flores y cierto tipo de fruta. Probablemente hace referencia más a una cualidad (que los investigadores se encuentran buscando actualmente en los químicos presentes en dichos aromas) que a algo relacionado con la vista o el tacto, pues la misma palabra es utilizada para nombrar el olor de ciertas plantas medicinales que se usan también en joyería y perfumería dentro de la tribu.

Lo interesante de esto es que existen evidencias para afirmar que estas culturas asocian atributos curativos o medicinales a ciertos olores. Digamos que parece obvio por qué los aromas desagradables nos repelen, pero, ¿por qué ciertos olores nos atraen? La basura o las cosas podridas nos advierten de fuentes de envenenamiento; tal vez por eso en Occidente gastamos una fortuna en desodorantes y perfumes que nos hagan oler de manera similar a cualidades consideradas atractivas o curativas, como los aromas a madera o flores.

En la cultura jahai existen incluso situaciones sociales que sólo pueden ser explicadas mediante el aroma. Majid recuerda que cuando ella y su colega Niclas visitaron a los jahai, éstos pensaron que eran hermanos. Dicho esto, les advirtieron de no sentarse muy cerca uno del otro, pues sus aromas podrían combinarse, lo que en su cultura constituye una forma de incesto. Como explica la investigadora, «existen tabús sociales que se explican en términos de olores. Algunos tipos de comida no pueden cocinarse en el mismo fuego porque sus aromas podrían mezclarse».

Para Charles Spence, de la Universidad de Oxford, esta investigación es vital para explicarnos el mundo más allá de los parámetros de los sujetos WEIRD (acrónimo de western, educated, industrial, rich, democratic countries, es decir, alguien proveniente de países occidentales, educados, industrializados, ricos y democráticos), de los cuales proviene la mayor parte de la investigación psicológica y sus marcos. «Tener estos hermosos ejemplos de que el olor realmente se eleva desde el fondo de la jerarquía es genial».

 

El idioma jahai, hablado por ciertos grupos de Malasia, puede describir olores de manera sorprendente y esto tiene mucho más implicaciones de las que son evidentes

 

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Con excepción de nuestra habilidad para diferenciar tonos y colores (el escarlata del rojo, del vino, del bermellón…), las cosas más difíciles de describir son aquellas que apelan a los sentidos. Los sabores, por ejemplo, siempre están en los lindes de varias cosas distintas y sólo se pueden describir en relación a otras cosas (“Sabe parecido a…”, “Sabe un poco a esto y un poco a aquello”). Lo mismo pasa con los olores, quizá aún más exagerado, porque tienen que ver mucho con la memoria personal de cada individuo (“Ese perfume me recuerda a…”). Los lingüistas Asifa Majid y Niclas Burenhult se han dedicado a estudiar si este es el caso en todos los idiomas, y descubrieron que al menos en el lenguaje jahai, hablado por algunos grupos de Malasia, las cosas son distintas.

Al parecer en jahai los nombres para los olores son mucho más precisos que aquellos usados en español o en inglés (como “ahumado”, “dulce”, “boscoso”). Para ahondar en ello, los lingüistas condujeron una serie de experimentos. Reunieron un grupo de diez hablantes nativos de jahai y uno equivalente de hablantes nativos de inglés. Todos los participantes olfatearon una serie de pruebas de olor y luego se les pidió que nombraran cada uno lo más precisamente que pudieran.

Aunque los voluntarios tendieron a describir cada olor en sus propias palabras, rápidamente sobresalieron los hablantes de jahai, quienes pudieron describir colores y olores con la misma precisión. Algunos términos para describir olores en jahai fueron: cŋεs, “el olor del petróleo, el humo y las heces de murciélago”, itpɨt, “el olor de la fruta de durián, madera de Aquillaria y manturón”, pʔus, “un olor mohoso como a casa vieja, hongos y alimento rancio” y plʔεŋ, “un olor a sangre que atrae a los tigres”. Mientras tanto los hablantes de inglés tendieron a depender de términos más amplios como “pinos”, “dulce”, “viejo”. Los resultados fueron publicados en el diario Cognition.

Los debates en torno a qué tanto el lenguaje esculpe el pensamiento humano han sido largos y tendidos desde 1930. Heidegger decía que nombrar es esencial; que nombrar es abrir la existencia al ser originario y que el lenguaje es la “casa del Ser”. El lingüista Lee Whorf aseguraba que sólo podemos pensar en conceptos que podemos nombrar. La ciencia ha demostrado, por ejemplo, que los hablantes de ruso pueden distinguir más tonos sutiles de azul que los hablantes de inglés, porque tienen más palabras para describir esos tonos.

Incluso si el lenguaje no necesariamente restringe los conceptos que somos capaces de pensar (ya que las palabras no son las cosas), cabe considerar que si nombramos las cosas les conferimos existencia. Antes de ello quizá esas cosas están allí como fantasmas. Olores fantasma, sabores fantasma, colores fantasma. Tomarse el tiempo de discernir y de reconocer las sutiles diferencias entre un olor y otro, y de describirlas en palabras podría ampliar nuestra percepción del mundo.

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Uno de los olores más característicos de nuestra cultura, de nuestros hábitos cotidianos y de nuestra salud y bienestar, si tomamos un producto de calidad, es el café. Personalmente, conozco a muy pocas personas que no tomen café. Desde luego que es un elemento aliado socialmente aceptado ya que la frase «vamos a tomar un café» ó «quedamos a tomar un café» es una de las que más utilizamos cuando queremos quedar con una amiga para contarnos nuestras cosas, por ejemplo.

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